Actividad parasocial

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Es un día frío y húmedo en el sur de Londres. En las pantallas de los celulares y en las de las vidrieras de Streatham High Road se yuxtaponen como un collage de época algunas escenas del devenir contemporáneo.  El fandom de Boris Johnson no se queda atrás, siempre dispuesto a entregar parte de su identidad por su líder. Vuelven las imágenes de George Floyd para demostrar una vez más que las instituciones norteamericanas no son muy distintas a las inglesas en cuanto al trato de ciertos cuerpos. Mientras el de la reina Isabel II –pálido, puro, elitista– es celebrado en un funeral fastuoso, el de Chris Kaba –un joven negro de 24 años asesinado injustamente por el disparo de un policía blanco– se convierte en el target de escrutinio racista de la opinión pública blancosupremacista. A este se le agrega el de Shamima Begum, quien abandonó el Reino Unido para unirse a ISIS a los 15 años en medio de un conflicto dudoso y gris, y más tarde, ya adulta y embarazada, le suplicó al gobierno que le permitiera regresar a su país de origen para el nacimiento de su hijo. Sin embargo, el entonces ministro del interior, Sajid Javid, decidió retirarle la ciudadanía, y el hijo de Begum finalmente murió en un campo de refugiados sirio con tan solo un mes de vida.


“Nada de esto puede llamarse democracia,” pensó Sheena Patel, y en un intento por comprender de qué formas operan hasta la actualidad los continuos que determinan la identidad de un individuo, de un colectivo, de un pueblo, creó tres personajes mecánicos, vehículos de la discusión de estas ideas. Por eso no les puso nombres, porque funcionan como símbolos o tokens de estética, género, etnia, clase y edad. Ejes que podemos fácilmente emplear para comparar identidades de personas (y por qué no, pueblos) a grandes rasgos. No es lo mismo una mujer blanca, bella, inglesa, capitalista y joven que una negra, obesa, india, obrera y vieja. No es lo mismo un pueblo macho, conquistador, blanco y de tradición que uno joven, subdesarrollado, mestizo y sumiso. 


La voz en primera persona que aúlla con brutalidad en Soy fan, editado por Alpha Decay, es una mujer sin nombre. Lo único que sabemos es que es nieta de inmigrantes indios, vive en Londres, tiene un trabajo, un novio y una tremenda obsesión por dos personas: “El hombre con el que quiero estar”, un inglés blanco, exitoso y felizmente casado con el que tiene relaciones ocasionales; y “La mujer que me obsesiona”, una californiana blanca, influencer, dueña de una tienda online y nepobaby (el padre fue ganador de una Beca MacArthur) con la que “El hombre con el que quiero estar” se encuentra cada vez que viaja a Estados Unidos.


La narradora los estalkea sin parar. Analiza sus fotos en detalle, hace inteligencia alrededor de sus grupos de amigos, gestiona varias cuentas para no ser detectada y esencialmente rosquea, se envenena y odia. Es una fan del odio: una hater. Despliega sus resentimientos de tinte aspiracional desde el margen sin ningún tipo de corrección política. La protagonista, que no es protagonista de su vida, quiere ser ellos; y en este punto el libro vibra parecido a Amo a Dick de Chris Kraus. 


Es una novela sobre el narcisismo, la soledad del obsesivo, el anonimato de las redes y los relatos que se imprimen sobre ese anonimato y sobre la ficción que construyen quienes usan nombres, reales o fantásticos. Esa es la superficie del libro, aunque su trasfondo es profundamente político. El colonialismo también imprime una narrativa sobre el lienzo de un pueblo. “El peligro de la historia única,” diría Chimamanda Ngozi Adichie. La de los vencedores. Las historias son relaciones de poder cristalizadas. La mujer sin nombre de esta historia combina su desprecio hacia sus objetos de deseo con reflexiones acerca de su lugar en la sociedad londinense. Es un personaje orgullosamente odioso. Se pregunta: ¿por qué alguien con una vida de inmigrante en Londres querría ser amable, simpática, likeable? No lo es; todo lo contrario. Critica con salvajismo e incomoda, que es un efecto que Patel buscaba.


En una entrevista en Waterstones señaló que para triunfar en el mercado editorial siendo descendiente de inmigrantes en Inglaterra es necesario contar historias de dolor y esfuerzo, carreras de obstáculos por la asimilación a la sociedad inglesa blanca. Otra de las formas del colonialismo en esta etapa. Serás lo que el poder te permita ser en el discurso, o no serás nada. Serás un discurso de dolor ancestral por el que fingir compasión y sostener asimetrías, paternalismos, conquistas, o no serás nada. Patel se niega a ser parte de esa red; por eso crea un personaje anti–, que por momentos cae violento, intenso, cargado de observaciones filosas. “Es político escribir personajes unlikeable,” milita Patel, y por unlikeable se refiere a lo opuesto de lo que la industria editorial espera de una autora como ella: una voz traumada, pero adaptada. Likeable entonces significa: lo que le gusta a los lectores blancos ingleses, lo que consumen para sentirse más progres, y vende.


Es el corazón de la literatura poscolonial recuperar la historia de un pueblo a través de una persona. Una transición metafísica de lo individual a lo colectivo, de lo local a lo universal. Ese es el corazón de esta primera novela de Sheena Patel.


Datos del libro

género: novela

cantidad de páginas: 240

isbn: 9788412645736

Contacto con la editorial @alphadecay_editorial

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