Máxima inocencia, máxima crueldad

El aula se llena de mosquitos. Dengues virtuales, dengues en los celulares. Recién terminamos de leer Dengue Boy, el cuento que más tarde sería el primer capítulo de la novela La infancia del mundo de Michel Nieva. Granta lo publicó el 29 de abril de 2021 traducido al inglés por Natasha Wimmer. En una primera tarea, los chicos –adolescentes de entre 14 y 16 años– individualmente describen al Niño Dengue, protagonista de la historia, con el mayor detalle posible según lo que recuerdan, y le piden a la inteligencia artificial que produzca una imagen. El resultado es bien diverso; se generan fotos completamente distintas. Cada visual enfatiza rasgos peculiares y hasta hace posible leer un poco de los chicos a través de ellas. Las de los más aniñados coinciden en mostrar al Dengue Boy como un estudiante de escuela tímido, atemorizado; las de los de perfil más alto lo representan fuerte, vengativo, una especie de antihéroe. En los debates que siguen, empiezan a traficarse cada vez más ideas sobre adolescencia, identidad, relación con madres, padres y compañeros, y la pregunta: ¿qué tiene que ver un dengue humanoide con un adolescente?


Quizá no sea ésta la hipótesis de lectura privilegiada para el Niño Dengue porque Michel Nieva, el escritor gauchopunk, fundamentalmente narra dentro del género o modo de la mente de la ciencia ficción, y es precisamente ése el ángulo más interesante para abordarlo. Sin embargo, entre las rutas subterráneas de La infancia del mundo está la que lleva a leerla como una historia de iniciación, coming-of-age de monstruo kafkiano en plena metamorfosis.


El Niño Dengue es un incomprendido. Sus compañeros –“humanos”– lo desprecian y hostigan por su apariencia física, le gritan: ¿es cierto que a tu mamá la violó un mosquito? Nadie sabe su origen ni qué mutación llevó a semejante monstruosidad, aunque el contexto climático da unas pistas. Estamos en Argentina, año 2272, a posteriori del derretimiento de los polos y la inundación de la pampa. El paisaje ahora es el de un archipiélago de islas tropicales bautizado caribe pampeano, una de las pocas regiones habitables del planeta cuya principal actividad económica es el turismo de lujo. Millonarios de todas partes del mundo compran sus mansiones a la vera del mar y contratan a los locales empobrecidos para tareas domésticas. Entre ellos, la madre del Niño Dengue, una mujer alegre y bella salvo cuando debe compartir tiempo con su hijo. La madre sufre por haber dado a luz a una criatura que, tarde o temprano, se convertirá en una amenaza mortal. ¿Y acaso no son eso los adolescentes muchas veces para los padres? Una posible amenaza mortal, o un espejo; como los padres para los hijos pueden ser una profecía.


El Niño Dengue no hace nada. Sólo existe en silencio. Permanece testigo de cómo el mundo le da la espalda, de las contradicciones que le provoca su madre, que de pronto lo repele y luego le prepara un táper con comida extra por si lo ataca una urgencia y decide morder por primera vez a alguien. Dislocado de familia y afectos, por dentro cocina fantasías de exterminio, sed de sangre, mientras pasa el verano en una colonia de vacaciones de las playas del Canal Interoceánico Victorica, un basural tóxico incubador de epidemias. En este mundo de virofinanzas, fondos de inversión como el Ebola Holding Bank o el Influenza Financial Services son capaces de predecir con máquinas cuánticas la ocurrencia de nuevas pandemias y así vender paquetes accionarios de las empresas que serán beneficiarias de las crisis.


Un día, el instinto asesino del Niño Dengue despierta, y con él, una crisis de identidad: en su especie, Aedes aegypti, sólo las hembras pican y transmiten enfermedades… entonces, ¿por qué de repente siente este deseo indetenible de sangre? En ese acto entiende que toda su vida ha sido determinada por un error gramatical. El Niño Dengue es en realidad una niña. De esta forma, la novela de Michel Nieva activa operaciones de subversión hacia lo inesperado.


Un mapa argentino abre el libro, al estilo del mapa político escolar –probablemente con el que estudió Dengue Girl–, una invitación a la especulación a través de geografías inquietantes como el Archipiélago Patagónico, Pinamar Antártico o la desaparición de Chile. La pampa aparece como gran paisaje de la tradición argentina contrapuesto al extractivismo y envenenamiento que sufre. Y en el medio: Dengue Girl, hambrienta de revancha contra el mundo explotador, indolente. El adolescente vengador tal vez sea el peor. O el otro, el que piensa y piensa en la venganza, en matar o morir, pero no hace nada. Máxima inocencia, máxima crueldad.


En La infancia del mundo conviven El señor de las moscas, El Niño Proletario, el pulp, y los videojuegos. Hace poco, en una entrevista, le preguntaron a Michel Nieva si lo que se leía en su literatura era su idea del fin del mundo. No me acuerdo bien cómo empezó su respuesta, pero terminó diciendo: para saber cómo es el fin del mundo, hay que escuchar a las comunidades indígenas; ellas están más preparadas que nosotros porque ya lo pasaron.


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