31 de octubre de 1993. A los pies de la cama de mamá, mientras lee una revista, miro la tele taciturno, entredormido; es la mañana de un domingo húmedo tras una tormenta, y a mis ocho años tengo una revelación: una mujer de otro mundo, con pelo muy corto, corona de cristales, botas altas y pesadas, pisa las espaldas de una hilera de hombres rendidos. Canta y baila. De pronto, la escena cambia, y baja del cielo sobre una bola disco. El flechazo es fulminante. No entiendo bien lo que veo, no entiendo a esos hombres que orgullosos posan luciendo su feminidad, a esas mujeres –que habían sido hombres– agarrando los micrófonos de los canales conservadores para gritar, no entiendo las palabras fulana, pornógrafa y blasfema; pero, la atracción es inevitable. Quedo hipnotizado por la sucesión de imágenes. Aunque no pueda explicarlo, siento profundamente que ahí se ha abierto un portal, un mundo, una utopía posible para mí. Siento por primera vez que soy parte de algo.
El noticiero continúa su agenda habitual. Me levanto de la cama de mamá y camino hacia el living, pensando una y otra vez en los personajes que acabo de descubrir: ¿quiénes son?, ¿quién es ella? En la mesa del comedor, como un mapa de pistas que arrancaría esa mañana, la tapa del diario Clarín le pone nombre. “Madonna a todo voltaje en River”. La foto muestra a la misma mujer de pelo corto, ya sin la corona, en corpiño y minishort de lentejuelas, en un ritual de danza orgiástica con dos gladiadores, uno de origen asiático y otro afrodescendiente. La fascinación enciende posibilidades infinitas. ¿Qué es este mundo que se me ha negado hasta ahora? Es la primera actuación de Madonna en Argentina. “En castellano, la diva le pidió a la gente que se cuide del sida usando preservativos”. Sida, preservativos, en la tapa del diario familiar del domingo. Mamá hizo lo que pudo para explicarme lo que era el sida esa mañana, cayendo en varios de los prejuicios de la época.
Durante mis indagaciones llegué a un VHS con la grabación del 19 de noviembre de 1993 del Girlie Show en Sydney, transmitido por un canal local. Conducía Marley. Por fin volvía a encontrarme con la escena que había encendido mi fuego –la de Madonna haciendo pasarela sobre una fila de adonis agachados–; ahora podía ponerle contexto. El Girlie Show me llenó de ideas. Pausaba, rebobinaba, repetía. Gasté tanto la cinta que en sus últimos suspiros la imagen y el sonido habían sido poseídos por un delay intolerable. Dibujaba nuevos outfits, propuestas escenográficas para otras canciones descartadas de Erotica, escribía relatos breves sobre las performances, montaba collages con telas, recortes de diarios, de revistas que progresivamente fui comprando a escondidas. Una biblioteca secreta sobre Madonna intercalada con cuadernos de ilustraciones y narraciones propias (cuando digo propias, digo: mezclas). Pura fantasía. Como toda buena biblioteca cada tanto recibía su merecido. En guerras irregulares con mamá, cuando le entraba el pánico de saberse madre de un hijo puto, su furia y decepción iban direccionadas en primera instancia a Madonna, luego a mí. Cada tanto, en un gesto desesperado y típico de quien quiere curar la homosexualidad, aplicaba un programa de lobotomización: me obligaba a juntar la totalidad de las revistas y, especialmente, los cuadernos, meterlos en una bolsa de nylon y quemarlos en el baldío de al lado. Ella estaba presente en las quemas, iniciadas una vez requisada la habitación para verificar que no quedara ni un rastro de Madonna. “Esa mujer es un mal ejemplo. Si llega a aparecer de nuevo…”, las amenazas pretendían ser siniestras. No lograban su cometido. Siempre aparecía de nuevo, era ineludible. Como toda biblioteca, volvía a construirse, ladrillo a ladrillo, libro a libro, disco a disco. Nada iba a separarme de mi verdadera madre. La devoción sería total a partir de ese instante: el bautismo del fan.
Sex llegó unos años más tarde, porque estaba prohibido para menores de dieciocho. Fue mi prima Eliana –un poco mayor que yo, cómplice de éste y varios crímenes posteriores– la que persuadió al dueño de un kiosco de revistas de calle Florida para que le vendiera Sex y el libro álbum con fotos del Girlie Show por ochenta dólares en pleno menemismo. Aceptó. Para trasladarlo sin levantar sospechas, lo tapamos con The Girlie Show Tour Book, que era considerablemente superior en tamaño. Sex, desde el inicio, se presentó como un objeto icónico, enigmático y de culto. Estaba sellado herméticamente en tereftalato de polietileno; la tapa dura y plateada, de aluminio, únicamente incluía el título al centro tipeado en una letra similar a la de una máquina de escribir. Meses después nos enteraríamos que la idea inicial de Madonna había sido que Sex tuviera forma ovalada con el objetivo de simular un gran preservativo; proyecto que fue descartado por los altos costos de fabricación. El aura de tensión y prohibición que emanaba nos seducía, nos invitaba a arrojarnos a la alucinación.
“Este libro es sobre sexo. Sexo no es amor. Amor no es sexo. Pero, lo mejor de ambos mundos surge en el instante en que se encuentran”, así abre. Las fotos de Steven Meisel, principalmente en formato Super-8, envueltas en un vapor blanco y negro, retratan fetiches, prácticas sadomasoquistas y ménage à trois con estética de antro, de dark room. Entre el Hotel Chelsea y el teatro Gaiety de Nueva York y las calles y playas de Miami, acompañadas de poemas al primer orgasmo, cartas a amantes, relatos eróticos en clave humorística o porno, restos de canciones, diálogos; la que habla es la dominatrix Mistress Dita, inspirada en la actriz alemana Dita Parlo. En una carta a Johnny da detalles de una tarde de verano. Está con Ingrid (¿Casares?), ambas desnudas, pasándose bronceador por las partes. Dice algo así como: estoy muy chill porque Ingrid recién me comió la pussy. Al terminar la carta le pregunta: ¿se te paró? En un inquietante relato combina sexo, gordura y prejuicios. “¿Cómo se hace un buen blowjob?” es el encabezado de una sesión: Madonna con las piernas abiertas en una pileta y Naomi Campbell lista para besarlas. Una hoja advierte: “Voy a enseñarte a coger”. “Muchos tienen miedo de decir lo que quieren, por eso no lo consiguen”. “Lo que cuenta es cómo tratás a los demás en el día a día, no lo que te excita en tu fantasía”. Tu fantasía es tuya. Sexo y política, sexo y relaciones de poder, sexo seguro, las terminaciones nerviosas que vibran durante el sexo anal y los sueños húmedos. De todo eso se trata Sex. Incluye cameos de Isabella Rossellini en su versión más andrógina y de Vanilla Ice, boy toy de Madonna en esa etapa, entre otros. Venía con una fotonovela: una secuencia de una noche de fiesta, dramática y sensual. Y un cd con un track: Erotic, un poema recitado por Madonna en spoken word sobre una base pop, trip hop, de sótano trolo.
La crítica destrozó a Madonna por esta publicación. La tildaron de fulana, pornógrafa y blasfema. Soportó boicots desde los frentes más amplios: de grupos católicos a feministas. Los tomos sufrieron quemas y censuras en varias librerías norteamericanas y japonesas. Los medios de comunicación a coro pronosticaron el fin de su carrera. Era, entonces, un mal ejemplo. A los tres días de haber salido, Sex escaló al número uno de los libros más vendidos del New York Times con un millón y medio de copias a nivel mundial. Hoy hay consenso: fue el lanzamiento editorial más importante y rupturista de ese año. Puso al mundo a hablar de sexo, preservativos, sida, identidades trans, putos, tortas, y fantasías. Es todavía el coffee table book más vendido de todos los tiempos. Hoy, académicos le dedican papers, y lectores búsquedas en pdf, ya que permanece como un objeto único. Nunca se reeditó; Madonna siempre se negó.
4 de diciembre de 2008. Mi prima y yo, agarrados de la mano, entramos al Monumental. Es la primera fecha de Madonna en Argentina desde el Girlie Show. Iba a ser la segunda –de cuatro agotadas– pero al final, terminó siendo la primera porque la original fue reprogramada por inconvenientes técnicos (faltaban llegar unas pantallas). Las luces se apagan. El paisaje escenográfico crece desde el centro de un cubo electrónico gigante que proyecta un viaje. Se expanden las visuales, fragmentadas, hasta cubrir el cuadro. Una plataforma giratoria lentamente descubre un trono. Madonna está sentada, la pierna derecha colgando a un costado, el brillo fulminante de su mirada esta vez ahí, en vivo, por primera vez para nosotros. Ríe y guiña el ojo; dice: soy su madre, los extrañé, nunca más pasarán tantos años sin vernos (y, en efecto, por un período eso es así). Da la vida en cada canción. Tic toc, tic toc repite, es ahora, es hoy: hacer, hacer y hacer. Ver, conquistar, transformar. Veni, vidi, vici. Nos inspira, nos abraza, y alrededor, entre los que estamos, hay una lengua en común. Nos miramos con mi prima a los ojos al mismo tiempo: estamos llorando. Lloramos porque estamos cantando al mismo tiempo que ella.
Datos del libro
género: coffee table book (libro ilustrado)
cantidad de páginas: 134
isbn: 8440631170
Contacto con la editorial
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