El diseño de la ciudad de La Plata es un cuadrado perfecto con eje central en la piedra fundamental ubicada en Plaza Moreno sobre la calle subterránea 52. Una calle que en realidad no existe. Calle cueva, escondite, guarida y guadaña sobre la que se han escrito montones de leyendas urbanas. Debajo de ella: una caja de plomo, masonería y misterio; a un lado de la plaza: la Catedral; al otro: la Municipalidad; unas cuadras después: el Teatro Argentino. Hace unos meses, en una actividad organizada por el LATEC (Laboratorio de Tecnología y Gestión Habitacional) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata, escuché a un especialista explicar cómo la Catedral, la Municipalidad y el Teatro Argentino por su proximidad conforman una tríada religión-política-drama rigurosamente elaborada durante el planeamiento de las dimensiones simbólicas de la ciudad. Hoy, como cada fin de semana, las quinceañeras en ritual despliegan su triunfo de princesas de clase obrera sacándose fotos en la puerta de la Municipalidad con miriñaques blanco virgen. Son una postal performática de tótems lúmpenes de cara al monstruo gótico. Son también religión, política y drama. Ana Carrozzo las incorpora a sus instantáneas lúcidas, no a éstas en particular, a las quinceañeras en general, a la religión, la política y la performance, aunque la voz que narra no parece ser una de ellas porque tampoco es una voz, es una sinfonía un tanto esquizofónica de la ciudad: una dislocación entre lo que ves (que es tan cruel) y lo que escuchás cuando leés (que es tan cruel como bello). Todo es tan nítido ahora, su primer libro de poemas editado por Tutuca en 2021, alumbra esquinas, bordes, anzuelos de la memoria con la potencia de un foco en la frente: las adolescentes embarazadas que eran excluidas de las escuelas y convertidas en monumentos al castigo (“el placer tiene su costo”), la figurita de Batistuta a la que una niña le reza pensando que es Jesús, la época dorada de los programas de chimentos y su educación, las cámaras ocultas en las que hombres blancos heterosexuales se desnudaban frente a modelos barely legal, los primeros encuentros con el privilegio machista, la militancia y el manso traspaso de la lucha en las calles a la lucha en las redes sociales.
Una tarde gris, Eileen Myles –que abre el libro con una cita– camina por Cherry Street en el Lower East Side de Manhattan pero bien podría ser una calle cualquiera de la gran cueva que es la capital de una provincia cualquiera. Sigue el aroma de los árboles, las flores, las plantas; respira y trata de trazar un mapa imaginario hasta la salida de la cueva, de construir una esperanza de futuro por encima de la idea contaminada de progreso. Más tarde se da cuenta de que el futuro no es una prioridad. De todas formas, en el proceso despierta conciencias, chispas. Eileen Myles afirma que la ciudad es lenguaje. Las conversaciones en la calle, en el kiosco, las interrupciones que marcan la puntuación de lo urbano, sus pausas. Señora, ¿una moneda? ¿me compra? ¿me escucha? ¿me ve? Las publicidades, los culos, las tetas, las multinacionales, las paredes pintadas, las huellas del poder capital y el poder popular colisionan en el texto que es la ciudad. En ese reviente se aprende a escribir, cuenta Eileen Myles. En su nombre está el “I” y está el “eye”. Y no es un “ojo”, es un enfoque, una manera de iluminar. Y es un “yo” que a su vez es un otrx, un movimiento: une elle, unx yx; ya que en su nombre además está el “they”, que es el pronombre no binario con el que se identifica.
Ana Carrozzo escribe la ciudad y la ciudad la escribe a ellx sobre un cuerpo híbrido, y por momentos con inocencia pareciera detener su paso, darse vuelta y decir: “Mamá, todo es tan nítido ahora.” Una sensación de certidumbre, coming-of-age. Y luego seguir, armar una visera con sus manos y mirar hacia adelante con crudeza. Vamos, estamos cansadas pero no estamos solas, vamos a algún lado que no sabemos, pero eso es tan claro.
Media hora después estoy de vuelta
En la calle suelo andar alerta
¿vos no?
pero cuando llego a casa
siempre hay ruido de ollas
o de televisión
y me siento segura.
Papá pregunta
si ser travesti es algo artístico.
Intento explicarle y le digo que no,
al menos no únicamente.
Me gustaba saber de vos,
supongo que lo que se interrumpe
también esconde un mensaje.
El terreno de las especulaciones
no es muy revelador
como ese perro en el bosque
buscando su propia cola.
Un runner escuálido
me pasa a toda velocidad
en una subida,
las copas de los árboles se mueven
parecen saludarme.
Media hora después
ya estoy de vuelta.
Papá riega las plantas del patio
moja el jazmín con delicadeza,
yo no siento ninguna emoción,
mamá hace una de sus listas
en un papel,
en la tele publicitan unas plantillas
para bajar de peso,
una de esas ofertas
que mi abuela compraba a escondidas.
Supongo que todo sistema
tiene sus fisuras
y en este caso es mejor
si me ocupo de las mías.
Algo así como volver
a pensar en singular,
cuidar mi propio jardín.
La ciudad está vacía
como si en todo momento
fueran las 3 de la tarde,
por alguna extraña razón
eso me hace sentir tranquila
y descubro que el resguardo
puede ser un sentimiento real.
Quiero que seamos más
viviendo esto,
una fuerza que nos alcance a todas.
Datos del libro
género: poesía
cantidad de páginas: 45
isbn: 9789878691169
contacto con autora: @anacarrozzo
Contacto con la editorial: @edicionestutuca